La irritabilidad matutina no siempre obedece al carácter. Tampoco es simple desmotivación. En muchos casos, el origen está en la forma como el organismo procesó la noche.
Sara Marín, médica con enfoque en salud integral, lo resume con claridad: el problema puede comenzar en la cena. Comer demasiado, muy poco o muy tarde provoca una baja en los niveles de glucosa mientras se duerme. En respuesta, el cuerpo activa un mecanismo de emergencia: libera adrenalina. Así, lo que debía ser un despertar tranquilo se convierte en una reacción brusca, con ansiedad, mal humor y sensación de descontrol.
Otro factor es el cortisol, hormona que regula el nivel de alerta y que normalmente sube al amanecer. Pero si la rutina ha sido caótica —poco descanso, estrés acumulado, uso prolongado de pantallas—, ese pico se adelanta y se intensifica. El resultado es un inicio de día acelerado, como si algo urgente estuviera ocurriendo sin razón aparente.
No es una actitud. Es una señal. Una forma que tiene el cuerpo de protestar por la falta de ritmo.
Para evitarlo, la recomendación no pasa por fórmulas ni hábitos importados. Dormir cuando anochece. Cenar en equilibrio. Desconectarse sin estimulación artificial. Dejar que el cuerpo haga lo que sabe: preparar el terreno para despertar sin sobresaltos.
La ciencia ofrece respuestas. Pero también lo hace el sentido común: ningún sistema funciona bien si cada noche lo obliga a sobrevivir.